Un vino puntano dispuesto a conquistar otros mercados

La bodega, asentada en Beazley, ya se hizo un lugar en comercios y restaurantes de San Luis. Ahora el desafío es imponer su calidad en las góndolas de otras grandes ciudades.

Vides. Hay 60 hectáreas de plantaciones. Mediante injertos, transformaron las que eran de uva de mesa en otras para vinificar. Fotos: Martín Gómez.

Gustavo Agostini llegó a San Luis con muchos kilómetros recorridos. Y los sigue haciendo, ya que vive en Mendoza y viene todas las semanas al menos dos días para apuntalar una inversión que hizo con un socio a la que le tiene mucha fe: la bodega Corral de Palos, posiblemente la más grande que tiene una provincia que, de a poco, va sumando vinos de calidad a un mercado muy exigente y competitivo.

Agostini conoce el paño, es enólogo, viene de una familia muy relacionada con la vitivinicultura (padre y cuñado enólogos también y una esposa que es sommelier), por lo que transita por aguas que no tienen secretos para su larga trayectoria, que incluye una estadía de casi dos décadas por la bodega Chandon, lo que le permitió conocer el mundo montado en toneles de roble, entre hileras de vides.

“Cuando Chandon decidió ampliar sus negocios y abrir una filial en la India, me propusieron hacerme cargo. Así que viajé a Bombay y estuve tres años allá armando el proyecto, fue una experiencia difícil, pero muy interesante”, cuenta este mendocino de General Alvear, donde ahora que está liberado de responderle a una empresa gigante como la francesa despunta el vicio y hace su propio vino.

Espumante, eso sí, porque esa variedad es su pasión: “Tengo un emprendimiento chico, allí están las vides y vinifico en Mendoza. Lo importante es que hago lo que me gusta, porque Chandon, al contrario de otras bodegas como Catena Zapata, no te deja tener tu negocio propio mientras trabajás con ellos”, dice con resignación.
 
 La experiencia en India le costó en el ámbito familiar, aunque al final llegó a un arreglo. “Primero viajé solo a ver dónde íbamos a vivir y no quise aceptar hasta que mi esposa Mariela conociera el lugar. Cuando llegó, se quería volver al segundo. Bombay es una ciudad enorme, desprolija, sucia y llena de gente, como todas en ese país. La pude convencer, pero no fue fácil la adaptación. Ella además tenía un buen trabajo en la Argentina”, acepta Gustavo, quien también tuvo un paso por la filial de Chandon en California.

“Ese es un lugar de ensueño, en Napa Valley, trabajé un año y medio, pero tenía muchas diferencias con mi jefa, una francesa complicada, de alta alcurnia, así que finalmente pegamos la vuelta para seguir en rubro vinos, pero en nuestro país”, relata el final de periplo internacional. Entonces llegó un empleo en Salentein y luego otro desafío, como fue fundar la bodega NQN en San Patricio del Chañar, en una zona de Neuquén que explotó en materia de vinos, con productos de gran calidad, que rápidamente conquistaron el mercado argentino y se convirtieron en material de exportación.

Su relación con San Luis comenzó en 2019, cuando quien hoy es su socio en Corral de Palos le ofreció participar del negocio. El hombre, mendocino con más de 30 años viviendo en territorio puntano, acababa de comprar una bodega que ya estaba en funcionamiento en la zona de Beazley y quería que él se haga cargo de la elaboración. La relación era de vieja data, ya que ambos son de General Alvear, la diferencia es que el inversor no sabe nada de vinos, tiene una constructora.

“Me pareció interesante el proyecto y más cuando conocí las instalaciones. Realmente es una bodega con todas las condiciones, tiene una gran inversión en toneles de acero inoxidable y una infraestructura edilicia más que suficiente para producir buenos vinos. “Es un campo de 800 hectáreas, que tiene 60 con viñedos. Cuando llegamos había una parte dedicada a producir uva en fresco, pero hicimos algunos injertos y convertimos los parrales en uvas que van todas a vinificación. Lo que queremos es hacer un producto de calidad y creo que lo estamos logrando”, se ilusiona Agostini, quien mantuvo a Gustavo Silvestri, el mendocino que estaba a cargo con los dueños anteriores, un enólogo que hizo un gran trabajo y por eso fue reconocido por los nuevos propietarios. “Si me meto ciento por ciento en todas las áreas de la bodega, termino descuidando lo mío en General Alvear y la comercialización, que es clave y me gusta mucho”, define.

“Tenemos 15 empleados fijos, de todo el año, y después se suman otros diez temporarios durante la poda, el raleo, el desbrote y la vendimia. Tratamos que la mayoría sea de Beazley, para dar trabajo en el pueblo. Un 80% son vecinos”, destaca el enólogo, quien se apoya mucho en Silvestri para la elaboración, así él se puede dedicar a lo que cree fundamental en cualquier bodega que quiera crecer y de lo que hablaba líneas arriba: la comercialización. “Hoy el ambiente está lleno de bodegas y tiene mucho marketing. Hay que moverse mucho para vender, convencer a los clientes de las bondades de este vino, hacer kilómetros, tener un trato cara a cara. Yo he visto bodegas de famosos que se cayeron como un castillo de naipes porque les faltó la pata comercial. No alcanza con una cara conocida, hay que conocer el sector para no fracasar”, asegura.

En Corral de Palos, que se llama así porque en la entrada hay una vieja estructura que ellos mantuvieron intacta para darle personalidad al campo, hacen tintos, blancos y rosados. Tienen una línea varietal que incluye un malbec, un viognier y un cabernet franc. Estas dos últimas las considera como las que le dan identidad a la zona y surgieron luego de los injertos en los parrales de uva en fresco.

 

“El viognier requiere de muchos cuidados, porque si no se va a miel. Cuando está bien elaborado es cítrico, floral, tiene algo de manzanilla y lo que en el ambiente se conoce como ‘mina de lápiz’, está ganando mucho terreno”, describe el enólogo, quien también le dedica unas líneas al cabernet franc: “Lo componen aromas a frutas rojas, pimiento morrón y tiene un final mentolado”.

También cuentan con una línea de blends, que surgen de la combinación de varietales. Entre los tintos está uno que contiene syrah, cabernet sauvignon y malbec; mientras que el rosado contiene syrah y cabernet sauvignon. En blancos salieron a la cancha con un chardonnay con viognier. Esta línea se llama Despeinado y también tiene una explicación: “Es un homenaje al viento Chorrillero que sopla fuerte sobre los espalderos”, informa Agostini.

 
Ese viento es en realidad una de las bendiciones de la zona semiárida donde está emplazada la bodega, a la vera de la ruta 146 que conduce al sur mendocino. Le brinda sanidad a las vides, tanta que están entusiasmados en hacer la certificación orgánica el año que viene, ya que no necesitan hacer curas contra las enfermedades más comunes de los cultivos. “Acá no hay forma de que nos afecte la lobesia botrana, que es la principal plaga de los viñedos”, asegura convencido Gustavo, quien también es ingeniero agrónomo, por lo que conoce esta parte del negocio. Otra característica benéfica de Beazley es la amplitud térmica de una zona atravesada por la mítica latitud 33 que abarca las mejores regiones vitivinícolas de Mendoza.

Mientras él se dedica a los vinos, Matías, el hijo de su socio, planea usar una parte del terreno donde está la bodega para ganadería. Como ya tiene un campo al sur de San Luis, aprovecha la experiencia. Unos 100 animales pastan allí y más adelante podrían agregar algunos lotes con maíz para comenzar a pensar en un ciclo completo.

 Los elogios de Agostini a la infraestructura preexistente en la bodega también estuvieron dirigidos a la batería de tanques de acero inoxidable. “En total, tenemos una capacidad de 660 mil litros, pero lo bueno es que hay tanques desde 500 hasta 20.000 litros, por lo que podemos jugar con las cantidades”, aclara. Cerraron el 2021 con una producción de 60 mil botellas, de las cuales el 80% fueron de vino tinto, un 13% de blanco y el 7% restante de rosado. “En 2022 aspiramos a llegar a las 200 mil botellas, que sería nuestro punto de equilibrio, y el objetivo a mediano plazo son 350 mil, para ubicar un 60% en la Argentina y el 40% en el exterior”, resume el dueño de Corral de Palos.

Para conquistar mercados externos, están participando de un programa que se llama Desafío Exportador, mediante el cual asesores de Nación ayudan a las empresas interesadas con los trámites necesarios para colocar su producción en otros países. 

El circuito comercial para el vino puntano incluye varios puntos del país. En San Luis, le venden a la mayoría de los comercios de bebidas a través de un mayorista que está en la avenida Illia, y ya ingresaron a locales gastronómicos como el hotel de Potrero de los Funes y un restaurante tradicional de calle Nueve de Julio. Además, tienen representantes en Merlo y Villa Mercedes y sus varietales están en las góndolas del supermercado más antiguo de San Luis

“En Neuquén aproveché mis contactos y Corral de Palos ya se comercializa también en Río Negro, en Cipolletti, General Roca, Allen y Bariloche. Estamos en Buenos Aires con negocios que lo ofrecen en Capital Federal, La Plata, Junín y Mar del Plata, y con la ayuda de un amigo como Omar Salvañá, el dueño de la bodega Célebres Puntanos de Candelaria, ya llegamos a Rosario”, enumera Agostini.

Otro aspecto de la vitivinicultura que las bodegas tienen muy en cuenta son los concursos, porque les permite darse a conocer y medir su calidad con la competencia, que va en busca de las mismas medallas. Pero el enólogo no quiere apresurarse: “Los concursos sirven una vez que te afirmás en el mercado interno y hay que saber elegir dónde llevar los vinos, porque no todos tienen el mismo prestigio”, plantea. “También hay otras maneras de darse a conocer, que es a través de enólogos y sommeliers que puedan probar el producto y dar una opinión profesional, y hoy no se puede soslayar a las redes sociales, tenemos influencers interesados en darle promoción a la bodega, pero todo sale plata y estamos muy metidos en hacer un vino de calidad. El resto vendrá solo”, agrega, convencido de que van por el buen camino, que es cuestión de tiempo para colocar un vino de San Luis en la gran vidriera nacional.